Viajar, conocer nuevas culturas, formas de vida y visiones del mundo, te enriquece. No de la forma convencional medida en términos monetarios, por supuesto que no. Conocer nuevas culturas te enriquece en un tipo de riqueza que no se gasta y no caduca: tu riqueza mental y espiritual.
Mark Twain dijo «viajar es la mejor cura contra los prejuicios» y es, también, muy cierto. Cuando conoces nuevas culturas, tus horizontes personales se amplían de maneras que son imposibles de otra manera. Es decir, puedes leer y aprender de muchas cosas, pero vivirlo de primera mano es algo muy distinto.
Adicionalmente, viajar enriquece tu espíritu de miles de formas extraordinarias. Asimismo, abre tu mente para aceptar las diferencias culturales, religiosas, económicas y de costumbres. Pero, lo mejor de todo, es que viajar te permite conocer a las personas y conectar con ellas de una forma única.
Por ende, conocer a las personas que integran nuevas culturas te hace inmune contra la discriminación y la xenofobia. Por si no lo sabías, xenofobia significa literalmente: miedo a los extranjeros. Y, cuando el extranjero eres tú, esos temores se reducen a su mínima expresión. Además de este enriquecimiento espiritual, conocer nuevas culturas expande tu sabiduría lingüística.
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